El ruido
de la cafetera me despertó, me encontraba demasiado cansado como para
levantarme y decidí seguir durmiendo. No se cuanto tiempo estuve en el suelo de
aquella casa y sinceramente no me importaba. Busque un pitillo sobre la mesa
del salón sorteando las latas vacías de cerveza, no tuve suerte. Mire a mi
alrededor en busca de alguna manta para taparme pero nada, me levanté y fui a
la cocina a beber agua. Me encontré a Lucia sentada en un pequeño taburete
mientras observaba el charco de café, la saludé. No dijo nada. Busque mis
pantalones entre las sabanas de la habitación y me dirigí hacia la calle.
Trate de recordar sin mucho
éxito que estuve haciendo la noche anterior mientras caminaba hacia mi casa,
saqué un pitillo del pantalón y lo encendí. Deje de pensar en la noche
anterior, dejé de pensar. Un vagabundo se acercó a mí pidiéndome dinero le hice
un gesto de negación con la cabeza y continué con mi trayectoria. A veces
pienso en la vida cuando camino, pienso en lo bonita que era la vida y en la
mierda que termina siendo. Pienso en lo que dice la gente, estoy harto de los que habla
de ser fiel, ¿fidelidad a quien? ... Seguí caminando, no encontraba mi casa. Mierda.
Me senté en un bordillo de la
calle Wollmart, los borrachos frecuentan esa zona, y yo, aunque era diferente a toda esa panda de fracasados
siempre terminaba allí. Me gustaba la sensación de no ser observado por nadie y
poder sentirme vacío, tranquilo, solo. Era divertido ver aquellos hombres ya
mayores tratando de llevarse a la cama a cualquier mujer, sin que se les pasara
por la cabeza el hecho de que eran bolleras. Me gustaban esas mujeres. Las
deseaba.
Sofía era mi preferida, una mujer
con carácter, gorda y sin futuro. Me hacía sentir bien, me decía que
encontraría a alguna chica que me quisiera tal y como soy, y que yo la querría.
Sé que eso no sucederá, pero me gustaba escucharla. Parecía tener todo muy
claro pero yo no, yo solía pasar los días con la mente metida en unos libros y el cuerpo en unas sábanas viejas, me sentía como una botella de cristal vagando por el océano sin encontrar un puerto, un playa o una cala donde
poder descansar. Pero con Sofía era diferente, me hacia sentir atractivo aunque
yo supiera que no.
…
Perdí
la alegría a los ocho años, empecé a darme cuanta de que las cosas no eran como
me las contaban. Odié a cada compañero, vecino, amigo...pero sobre todo me odié
a mí. A los doce perdí la inocencia, los primeros pensamientos lascivos empezaron
a aparecer en mi mente. A los 16 perdí la virginidad; y la cordura o eso pensaron mis padres y
me llevaron al psicólogo: Hicieron bien. Hasta el día de hoy no hecho mas que
perder cosas y lo único que me queda es el dolor, la soledad, la incomprensión
y la mas profunda nostalgia de una niñez perfecta, que lo fue.