domingo, 6 de mayo de 2012

El Abismo


El ruido de la cafetera me despertó, me encontraba demasiado cansado como para levantarme y decidí seguir durmiendo. No se cuanto tiempo estuve en el suelo de aquella casa y sinceramente no me importaba. Busque un pitillo sobre la mesa del salón sorteando las latas vacías de cerveza, no tuve suerte. Mire a mi alrededor en busca de alguna manta para taparme pero nada, me levanté y fui a la cocina a beber agua. Me encontré a Lucia sentada en un pequeño taburete mientras observaba el charco de café, la saludé. No dijo nada. Busque mis pantalones entre las sabanas de la habitación y me dirigí hacia la calle.

Trate de recordar sin mucho éxito que estuve haciendo la noche anterior mientras caminaba hacia mi casa, saqué un pitillo del pantalón y lo encendí. Deje de pensar en la noche anterior, dejé de pensar. Un vagabundo se acercó a mí pidiéndome dinero le hice un gesto de negación con la cabeza y continué con mi trayectoria. A veces pienso en la vida cuando camino, pienso en lo bonita que era la vida y en la mierda que termina siendo. Pienso en lo que dice la gente, estoy harto de los que habla de ser fiel, ¿fidelidad a quien? ... Seguí caminando, no encontraba mi casa. Mierda.

Me senté en un bordillo de la calle Wollmart, los borrachos frecuentan esa zona, y yo, aunque era  diferente a toda esa panda de fracasados siempre terminaba allí. Me gustaba la sensación de no ser observado por nadie y poder sentirme vacío, tranquilo, solo. Era divertido ver aquellos hombres ya mayores tratando de llevarse a la cama a cualquier mujer, sin que se les pasara por la cabeza el hecho de que eran bolleras. Me gustaban esas mujeres. Las deseaba.

Sofía era mi preferida, una mujer con carácter, gorda y sin futuro. Me hacía sentir bien, me decía que encontraría a alguna chica que me quisiera tal y como soy, y que yo la querría. Sé que eso no sucederá, pero me gustaba escucharla. Parecía tener todo muy claro pero yo no, yo solía pasar los días con la mente metida en unos libros y el cuerpo en unas sábanas viejas, me sentía como una botella de cristal vagando por el océano sin encontrar un puerto, un playa o una cala donde poder descansar. Pero con Sofía era diferente, me hacia sentir atractivo aunque yo supiera que no.

Perdí la alegría a los ocho años, empecé a darme cuanta de que las cosas no eran como me las contaban. Odié a cada compañero, vecino, amigo...pero sobre todo me odié a mí. A los doce perdí la inocencia, los primeros pensamientos lascivos empezaron a aparecer en mi mente. A los 16 perdí la virginidad; y la cordura o eso pensaron mis padres y me llevaron al psicólogo: Hicieron bien. Hasta el día de hoy no hecho mas que perder cosas y lo único que me queda es el dolor, la soledad, la incomprensión y la mas profunda nostalgia de una niñez perfecta, que lo fue.

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