El tiempo se ha
convertido en un nuevo dios y las prisas en una nueva doctrina, nuestras vidas
son guiadas por los segunderos que avanzan sin cesar segando las vírgenes
praderas de nuestras mentes. Nuestra infancia nos es arrancada con los gritos
de ¡no llores, ya eres mayor para eso! y para cuando te quieres dar cuenta no
eres más que un cumulo de números en una base de datos de un cuerpo de
seguridad nacional.
Y es que parece que en
esta sociedad no tendrán cabida los que no acaten las normas físicas que rigen las leyes del tiempo, pero eso no
importa, porque el tiempo es tan relativo como la inmensidad del espacio, ya
que las estrellas que veo no son, si no fueron y las palabras que pienso para posteriormente emitirlas no son,
sino serán. El universo es el infinito condenado a deshacer lo que el vacío
creó, y nosotros, en nuestra insignificancia, vagamos en la inmensidad del
espacio sideral agarrados al planeta tierra como un naufrago se agarra a una
tabla de madera en el mar.
El ser humano se creó por
unas fuerzas naturales y un sinfín de casualidades. Desde que tenemos uso de la
“razón” hemos intentado saber cuál es nuestra función en la tierra y para que
vivimos. Para ello hemos inventado un montón de leyes e invenciones como el del
tiempo. Creo que es importante descubrir lo desconocido pero en vez de
centrarnos solo en el que somos, de dónde venimos, a dónde vamos y para que
estamos, deberíamos también tratar de amarnos, querernos y disfrutar hasta el
último aliento de lo que algunos llaman vibraciones de átomo de cesio.
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